EJE N° 1: Los Procesos Psicologicos
Percepcion:
Todos los
seres vivimos en el mismo mundo real, en el mismo tinglado de átomos, fotones,
neutrinos, campos gravitatorios y electromagnéticos, etc. Pero ese mundo real
no es visible, ni captable, ni intuible, ni experimentable, ni perceptible por ningún
ser. Cada especie ha evolucionado desarrollando receptores que captan ciertos
rasgos del mundo real, precisamente aquellos rasgos cuya captación es relevante
para la supervivencia y reproducción de esos animales. Y esos mensajes del
mundo real captados por los sentidos son transmitidos por el sistema nervioso e
interpretados en el cerebro del modo más adecuado para la supervivencia y
reproducción de la especie. Lo que captan los receptores o sentidos del individuo
son sus sensaciones. La interpretación que esas sensaciones reciben en el
cerebro constituye sus percepciones.
Cada
especie humana capta ciertos rasgos del mundo real y los percibe de cierta
manera. Esos rasgos, así percibidos, constituyen el mundo perceptual de esa ese
individuo. El ser no puede percibir más que aquello que su aparato
nervioso-sensorial le permite. En este sentido el aparato nervioso-sensorial
determina a priori la forma de todas las percepciones posibles del animal. Es
imposible que el humano experimente o perciba el mundo de otro modo que el determinado
por su propio aparato nervioso-¬sensorial.
Por
ejemplo, durante el día el Sol inunda la superficie terrestre con una constante
lluvia de fotones de diversa frecuencia. Nosotros, los humanos, captamos los
fotones de frecuencia correspondiente al rojo, vemos el color rojo, pero no
captamos los fotones de frecuencia correspondiente al ultravioleta (aunque
chocan contra nuestra retina, no nos damos por enterados de ello), no vemos el ultravioleta.
La mayoría de los insectos captan el ultravioleta, pero no el rojo. Así, cuando
el Sol ilumina un campo de amapolas (que objetivamente reflejan tanto el rojo
como el ultravioleta), nosotros vemos las amapolas como rojas, y las abejas las
ven como ultravioletas. En nuestro mundo perceptual las amapolas son rojas. En
el mundo perceptual de las abejas son ultravioletas. En el mundo real no hay
colores, sino solo absorción y reflejo de fotones de muy diversa frecuencia (o,
lo que es lo mismo, de ondas electromagnéticas de muy diversa longitud de
onda). Eso es algo que sabemos, pero que no podemos ver ni percibir, pues cae
fuera de nuestro mundo perceptual (aunque no fuera de nuestro mundo
conceptual).
Algunos
animales no perciben los rasgos constantes del entorno, sino sólo los cambios.
Nosotros, los humanos, por el contrario, tenemos un aparato nervioso-sensorial
especialmente adaptado a la captación de los rasgos constantes del entorno, a
percibir un mundo de objetos estables. Así, una serie de complicados mecanismos
de nuestro sistema nervioso se encarga de que percibamos los colores como mucho
más constantes de lo que en realidad llegan a nuestros sentidos, de que
percibamos las formas y dimensiones de las cosas como estables, a pesar de que
la imagen que proyectan sobre nuestra retina es enormemente cambiante. De hecho,
la percepción de la identidad estable de la forma de las cosas requiere
cálculos estereométricos[2] y paralácticos[3] de tal nivel de complejidad, que hasta ahora
ningún computador puede aproximarse siquiera a resolver estos problemas.
Los
sentidos o receptores de los animales transforman el impacto que reciben del
mundo exterior en impulsos nerviosos discretos, es decir, en sacudidas
electroquímicas que se propagan desde cada órgano sensorial hasta el cerebro.
Aunque los sentidos son distintos y son activados por estímulos
cualitativamente distintos (contactos, temperatura, ondas de presión del aire,
fotones del espectro visible, etc.), todos ellos transmiten su información al
cerebro del mismo modo: como señales discretas[4] (sí o no) de un código binario de naturaleza
electroquímica. Las distintas zonas del área sensorial del cerebro reciben y
procesan esa información, que el sujeto experimenta como percepciones
cualitativamente distintas. Pero esas cualidades perceptuales son el producto
del cerebro. Y si nuestro cerebro percibe los estímulos sensoriales de esa
manera, es en definitiva porque nos conviene. Nuestro cerebro, así como todo
nuestro aparato nervioso sensorial, han evolucionado para captar aquellos
rasgos del mundo que más conviene conocer para asegurar nuestra supervivencia. Percibimos
el mundo real, pero deformado utilitaristamente en función de las necesidades
de nuestra especie.
1.2 Teoría de la forma
Wilhem Wundt (1832-1920), tradicionalmente
considerado como el padre de la psicología científica por el hecho de haber
creado el primer laboratorio de psicología, entendía que las sensaciones son
los elementos primarios que componen los procesos perceptivos, y que las
percepciones son tan sólo la suma o agregado de estos elementos. La captación
perceptiva de una manzana, por ejemplo,
comenzaría con la acumulación de sensaciones (rojo, sabor agridulce, olor
frutal, etc.), y la posterior asociación
de todas ellas produciría en nuestra mente la representación del objeto
manzana.
Corrientes posteriores, como la
“Teoría de la forma”, sostuvieron una
concepción de los procesos perceptivos opuesta al elementarismo de Wundt. El
todo no puede ser entendido por la suma de los elementos que lo componen, sino
más bien por su forma o estructura (configuración). El objeto percibido es el resultado de cómo
los elementos se ordenan y se relacionan entre sí y respecto de su contexto
perceptivo.
Un ejemplo claro de ello es la
percepción auditiva de una melodía, la cual no puede ser identificada simplemente
por la captación aislada de notas musicales sino, sobre todo, por la relación
armónica y rítmica que los sonidos tienen entre sí cuando un músico la
interpreta.
Otro ejemplo, en este caso visual, puede
ser la tendencia permanente a organizar los elementos que integran un
determinado campo visual en figura y fondo. La figura está constituida por
aquellos elementos que nuestra atención destaca del resto, el cual quedaría
relegado a la condición de fondo. Según como se distribuyan los elementos entre
la figura y el fondo, idénticos estímulos visuales pueden configurar imágenes
diferentes, tal como se ilustra en el dibujo de la derecha.
La teoría de la forma señaló la
importancia que puede tener las relaciones que se dan entre los elementos
(semejanza, continuidad, etc) para que la imagen adopte una determinada
configuración perceptivos.
Otro
aspecto importante en el ordenamiento del campo perceptivo es la relación de
los elementos con el contexto. En la figura de la izquierda podemos ver
alternativamente el rostro girado de una joven, o bien el perfil de una vieja.
También cuenta el sentido de la
secuencia que recorra el campo perceptivo. En la figura de la derecha el número
de columnas variará según contemplemos la imagen desde arriba hacia abajo o,
por el contrario, desde abajo hacia arriba.
Esta manera de entender los procesos
perceptivos supone un papel activo del sujeto que percibe. Las representaciones
sensoriales no son una mera copia o reproducción fiel de los estímulos captados
del mundo exterior por un sujeto pasivo, sino que, por el contrario, hay una
elaboración subjetiva que ordena, jerarquiza y selecciona los elementos, lo
cual incide en la asignación de significados.
1.3 Análisis del proceso
perceptivo [5]
Los estímulos captados por los
sentidos (presión en la piel, radiaciones de determinada longitud de onda,
substancias químicas en suspensión, ondas acústicas de determinada frecuencia,
etc.) son transportados al cerebro en forma de impulsos nerviosos. El cerebro
se encarga de recibir estos impulsos y transformarlos en información
significativa. Lleva a cabo pues, una tarea de carácter cognoscitivo: recibe
los datos sensoriales, los selecciona, los identifica como formas perceptuales
y les asigna un nombre. El resultado de este proceso es un cierto conocimiento
del mundo (por ejemplo, que hay un gato negro en el sofá).
En todos los casos es un sujeto
quien percibe. La percepción se puede definir como el acto de un sujeto por
medio del cual toma consciencia de sus acciones y les da significado. Se trata
de un proceso complejo, cuyo resultado es una representación interna,
subjetiva, del mundo real. En la configuración del acto perceptivo intervienen
tanto las propiedades del sistema nervioso como la propia personalidad, la
experiencia, la motivación del sujeto perceptor. Hacerse una idea del mundo
real, tener una manera de ver las cosas, significa alguna cosa más que recibir
o experimentar estímulos: se trata de relacionar los datos percibidos con otros
datos ya existentes en la memoria, identificarlos y valorarlos desde el punto
de vista afectivo.
El comportamiento del sujeto en la
percepción no es pues como el de una cámara fotográfica que registra,
pasivamente, los estímulos que le llegan; por el contrario, la actitud del
sujeto es de búsqueda, de exploración activa sobre el mundo real. Delante de un
objeto no nos quedamos pasivos, sino que al explorarlo seleccionamos, ordenamos
e interpretamos desde nuestra subjetividad los datos sensoriales que nos
arriban. Recibimos datos y, a su vez, creamos significados. A veces con pocos
datos sensoriales lanzamos una hipótesis perceptiva y acertamos. Sucede cuando,
por ejemplo, esperamos una amiga en la estación y, a pesar del gentío y la
confusión, somos capaces de identificarla por un pequeño –y característico–
movimiento del cuerpo. A veces, por el contrario, la ilusión o el deseo nos
hace caer en el error: queremos encontrar a nuestra amiga, interpretamos
erróneamente los datos de nuestros sentidos y nos equivocamos de persona.
Percibir es, por tanto, buscar
información, investigar y cuestionar el mundo real, tender hacia un objetivo.
Se trata, en cierta forma, de un comportamiento intencional capaz, en muchos
casos, de diseñar la realidad. Esta búsqueda de información se hace siempre a
partir de lo que ya se sabe. Cuando miramos la noche estrellada, ¿qué vemos?
Cualquiera de nosotros vería estrellas, mientras que un nativo de una tribu
verá luces encendidas o señales de los dioses; un astrónomo verá constelaciones
y un astrofísico, reacciones de energía y cambios imperceptibles para nosotros.
Cada uno ve según lo que busca, por tanto, según lo que ya sabe.
La actividad perceptiva, pues,
depende tanto de la información que ya tenemos como de las propias intenciones,
La información que tenemos se puede comparar con una red con la cual recogemos
datos sensoriales sobre el mundo. Si los agujeros de la red son grandes, sólo
pescaremos ballenas; si los agujeros son pequeños, cogeremos infinidad de
pececillos. Con la red de agujeros pequeños alcanzaremos una visión más
completa del mundo real. La percepción es, pues, una construcción del
individuo, no una simple aparición de objetos en el teatro de la consciencia.
Nuestra particular manera de
interpretar las sensaciones nos permite situarnos en el mundo real y adaptarnos
a él. La percepción es, pues, un descubrimiento de significados en el mundo y,
también, una respuesta adaptativa. Percibir es adaptarse significativamente al
mundo.
Componentes
personales y sociales de la percepción
La percepción es un proceso de carácter cognoscitivo por medio del
cual una subjetividad capta los estímulos que provienen del mundo de forma
significativa y comprensiva. Es un tipo de representación interior, privada,
del mundo. Por esto presupone toda la subjetividad del individuo: sus
experiencias pasadas, sus expectativas, su estado de ánimo.... Y cada sujeto,
cada uno de nosotros, es diferente del resto. Por esto, delante de lo que
aparentemente son unos mismos estímulos, la percepción cambia de persona a
persona: diferentes personas pueden percibir de forma diferente un mismo objeto
o un mismo hecho y, por lo tanto, lo pueden designar con palabras diferentes.
En otras palabras, personas diferentes pueden tener experiencias perceptivas
diferentes delante de los mismos estímulos.
Los estímulos, pues, no son percibidos independientemente de nuestro
estado interno, de nuestras emociones y motivaciones, de nuestra
intencionalidad. Esta capacidad del sujeto por configurar el objeto también
depende de factores sociales y culturales.
El ser humano es un animal social y logra todos los aprendizajes
dentro de la sociedad y la cultura en la cual vive. Aprendemos a percibir
influidos por las costumbres, las creencias, el lenguaje, las artes o los
medios de comunicación de nuestra sociedad. Y es precisamente a través de estos
factores, en cuanto que factores socioculturales, que elaboramos nuestras
experiencias y nuestros esquemas cognoscitivos.
Desde este punto de vista, la percepción de una tormenta -es decir, la
interpretación de una tormenta- no es igual para nosotros, miembros de una
cultura científica, que para los nativos de una tribu animista de Oceanía. Con
la percepción estética pasa lo mismo: hay culturas en las que el componente
funcional de los objetos (o sea, que estos sirvan para alguna finalidad y que
sean útiles) es más importante que el componente formal (que sean
bonitos). Por lo tanto, la actitud y el
juicio de dos personas de culturas diferentes ante los objetos artísticos serán
muy diferentes.
La presión social también influye sobre la percepción: tendemos a
percibir favorablemente aquello que los medios de comunicación presentan como
valioso o positivo (una marca determinada, un personaje famoso...), o aquello
que el grupo a que pertenecemos considera positivo.
Como afirma César Tejedor [6], … el hecho de que contemplemos el mundo desde
nuestro cuerpo –más aún, desde un supuesto punto situado entre nuestros dos
ojos– determina que toda percepción del mundo sea perspectivista: nunca contemplamos «desde todas partes», sino
únicamente desde el lugar en el que estamos situados. Por ello, en cada momento
sólo percibimos un lado de las cosas. Claro está, podemos movernos y cambiar de
perspectiva, y además utilizamos inconscientemente nuestras experiencias
anteriores, por lo cual está fuera de lugar la desconfianza del que fue a
comprar ganado y afirmó: «Efectivamente, desde este sitio parece una vaca». De
hecho, percibimos una vaca entera, aunque no la veamos completa.
Pero cuando se trata de percepciones más amplias, es difícil salir de
la unilateralidad de la propia perspectiva. Cuando emprendemos un viaje por
regiones desconocidas para nosotros sólo contemplamos, por ejemplo, «este lado
de la montaña». Y aún más: no podemos cambiar nuestras experiencias pasadas, ni
nuestra cultura, ni -con frecuencia- nuestros sentimientos. Todos estos
factores son la «perspectiva» personalísima desde la que percibimos el mundo.
Percepción y lenguaje
Hemos visto que los factores personales e influencias sociales
condicionan la percepción. Ahora bien, el papel del lenguaje en el proceso
perceptivo requiere una consideración especial. A través del lenguaje, el
sujeto realiza la plena identificación de los objetos percibidos. En efecto, la
asignación de un nombre a un objeto es lo que caracteriza el acto de
identificación de estímulos en los que consiste la percepción. Cuando ponemos
un nombre o aplicamos un concepto a la realidad percibida culmina la
identificación del objeto. Por ejemplo, si no sabemos qué es una cornucopia -es
decir, si no tenemos el concepto de cornucopia- difícilmente podremos
identificarla cuando la veamos, a pesar de que alguien nos pueda decir que está
cerca nuestro. En nuestro mundo perceptivo no puede haber cornucopias mientras
no asociemos la palabra con un cierto tipo de sensaciones. Así, pues,
percibimos realmente cuando podemos reconocer lingüísticamente unos estímulos.
Por esto se puede decir que fuera del lenguaje no tenemos una percepción
íntegramente significativa.
Las palabras constituyen un filtro cultural a través del cual nos
relacionamos con el mundo real. Las palabras representan una determinada
comprensión del mundo, de la realidad, de las relaciones entre las personas...
Aprendemos a percibir a medida que aprendemos las palabras, ponemos
nombres y clasificamos las cosas. Un estudiante de biología, por ejemplo,
aprende a interpretar el que ve por el microscopio a medida que aprende las
palabras necesarias para designarlo. Una persona que no conoce este vocabulario
no es capaz de ver lo mismo o, cuando menos, de denominarlo correctamente. Los
matices del color blanco de la nieve son mejor apreciados por los esquimales
que por nosotros, dado de que disponen de un rico vocabulario para referirse.
A partir de esta situación, es cierto que los límites de mi lenguaje
-«del lenguaje que Yo entiendo», añade Wittgenstein- constituyen los límites de
mi mundo. El que hemos denominado mundo real es, al fin y al cabo, mi mundo
lingüístico. Es desde mi lenguaje que ordeno, interpreto, clasifico y me
relaciono con las cosas del mundo. Por lo tanto, el lenguaje que uso expresa mi
experiencia -personal y colectiva-, mis vivencias y mi valoración del mundo con
el cual me relaciono. Parece, pues, que somos capaces de percibir más y mejor a
medida que ampliamos el vocabulario. Por este motivo una experiencia perceptiva
rica -un vocabulario extenso y matizado- permite pensar el mundo real teniendo
en cuenta la complejidad y, en consecuencia, lograr una manera de verlo más
rica y abierta. Un vocabulario escaso es la mejor garantía de una experiencia
perceptiva pobre, como también de una manera cerrada de pensar sobre las cosas.
[1] JESÚS MOSTERÍN: Grandes temas de la Filosofía actual, p.
10, Aula Abierta Salvat, Barcelona, 1983
[2] Estereométrico: relativo
a la estereometría, rama de la Geometría que se ocupa de la medida de los
objetos tridimensionales, como los cuerpos sólidos.
[3] Paraláctico:
relativo al paralaje, es decir, a la diferencia de los ángulos con los que se
observa el mismo cuerpo cuando se lo mira desde dos lugares distintos.
[4] Señales discretas: señales
que solo admiten dos posibilidades: si o no (por ejemplo, pasa corriente o no
pasa corriente), en contraposición a las señales
continuas, que admiten grados (como la intensidad de la corriente).
[5] AAVV: Filosofía (Libro de texto). Castellnou Ediciones,
Barcelona, 1997, pp.133-138.
[6] César Tejedor
Campomanes, Introducción a la
filosofía, Madrid: SM Ediciones (1984), p. 82
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